En la amplitud del campo, el toro vive
casi en casi plena libertad, come, pasea, hace deporte, dónde la vida es
alegre, plácida llena de felicitad y a veces de disputa. También establecen sus
jerarquías y se pelean con sus congéneres, y aunque peligrosas porque provocan
bajas, tienen su parte positiva, ya que el toro aprende a luchar, se entrena
echando un pulso a sus semejantes y haciendo ejercicio de patas y morrillo, teniendo
a veces que huir y someterse a la ley del más fuerte, todo esto sucede porque
dispone de espacios amplios, porque entre cuatro paredes, el sumiso, no puede
huir, el vencedor no puede explayarse, en definitiva no puede desarrollar su
propia personalidad como toro bravo, se le ablandan sus pezuñas, y lo que es
peor, también su carácter, cambia su signo, y el comportamiento del toro pierde
imprevisibilidad. En las fincas de cebadero está el toro demasiado manoseado,
come a mesa y mantel y se pone gordo, porque lo importante de un toro no es el
peso, es el trapío. Lo es también y mucho, su condición interior, es decir su
carácter, su temperamento y su bravura, en definitiva se compromete su futuro
desarrollo. No me vale que me digan los tratantes de ganado de cebadero, que
los toros solo viven en corrales en la fase final de su vida, porque olvidan
que esa etapa, es crucial y decisiva para su desarrollo, ya que su cercanía al
día de su lidia o exhibición en la calle le condicionará sobremanera. Si me
permiten un ejemplo, es como si ustedes, habiendo vivido toda su vida en su
casa como reyes, con su tierra, su familia y sus gentes, llega un día en que le
obligan al exilio, a ir a un país desconocido, una tierra que no es tuya, unas
gentes, una cultura y un idioma que no conoces, es decir, te lo quitan todo, es
como “vivir sin vivir” en una desdichada nueva subsistencia.
Insisto, en que el toro para poder
desarrollar correctamente su instinto, necesita vivir tranquilo en el campo,
sin injerencias del hombre, y cuanto menos manoseado mejor y como es lógico,
entre cuatro paredes de una finca de cebadero esto no es posible, pero ¿que
pasa?, que el toro en plena libertad, comiendo por el campo y haciendo
ejercicio no engorda, no coge los kilos tan rápido y cuando los “ganaduros y
cebadores” cayeron en la cuenta dijeron ¡un cuerno! el toro al corral y a
engordar, que el pienso es caro y no estamos para tirarlo, y que ocurrió
después, pues que el toro perdió ese SELLO ESPECIAL de antes, sin libertad, sin
disputas por el careo, ni el descansadero, ni el sesteo, sin apetencias
territoriales de dominio, se limitan a comer, beber y estercolar como “borregos
de granja”, en definitiva no tienen ganas de embestir, ni querer coger a su
enemigo, ni correr, ni pelearse con nadie, y cuando salen a la calle o a la
plaza, se ahogan rápidamente, ¡manda huevos! y después nos quejamos.
Digamos a modo de resumen, que la receta
clásica es clara y simple y es la que debiera aplicarse y se resume en,
seleccionar bravura, vida y comida natural al aire libre, espacios abiertos,
poco manoseo y cuatro años cumplidos. Siempre es mejor lo natural que lo
artificial o por lo menos a mi así me lo parece. Así que tomen nota, peñas,
ayuntamientos y comisiones de fiestas, que si queréis toros de verdad ir al
CAMPO CAMPO de verdad, al ganadero que tiene vacas de vientre, que críe él sus
toros de sus propias vacas, y nadie más que él, es el verdadero representante
del ese TORO que con tanta ilusión esperáis. Que nadie dice que la crianza
tradicional sea fácil, pero desde luego, infinitamente mejor que el criarlos en
las malditas fincas de cebadero, que para mí, son un VERDADERO DISPARATE, dónde
cuestiono el correcto desarrollo psicosomático del toro bravo.
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