Conjuntamente
con la existencia de antiguos juegos y fiestas populares, en las que el
protagonista era el toro, aparece el toreo caballeresco, concebido como
espectáculo lúdico y entrenamiento militar. La más antigua suerte de toreo a
caballo fue el alanceo, esta primitiva suerte ofrecía mucha emoción y entrañaba
gran riesgo. Ya en pleno siglo XVI, comenzó a iniciarse otra manera de torear a
caballo, más vistosa, más alegre y variada, el rejoneo. Avanza el siglo XVII y
adquiere este arte su más brillante apogeo, la alta nobleza lo practica y
constituye para ella un acto de honor.
A lo
largo de la historia del toreo han brillado muchos rejoneadores que ejercitaban
el toreo a caballo de manera brillante, es a partir de 1920 con la irrupción en
los ruedos de Antonio Cañero, cuando el rejoneo se reglamentó siguiendo los
mismos tercios que el toreo a pie.
Fig. 1 - Cañero en Madrid (1921)
Existe
la creencia de que los toros que se destinan a rejones obligatoriamente han de estar despuntados, y que aunque de ordinario se ha venido haciendo así,
conviene aclarar que las vigentes reglamentaciones autorizan a realizar el
despuntado, pero no lo exigen obligatoriamente.
A
riesgo de contravenir la norma actual imperante de disminuir el riesgo con el
despuntando de los pitones, abogo por aumentar la relevancia de este
espectáculo instando a que los toros para rejones salgan con sus defensas
intactas.
Una
cierta decadencia de los valores esenciales de la sociedad dificulta muchas
veces su aprobación. Si anhelamos que los aspectos fundamentales de la
tauromaquia, a pie o a caballo, enraícen en lo trascendente, aún cuando el
excesivo realce del espectáculo “light”, en contra del fundamental, ¡defendamos
una fiesta auténtica!.
El
hecho de exigir la intangibilidad de las defensas de los toros de rejones, no
ha de inscribirse en lo caprichoso, no es esta la cuestión de fondo. La
necesidad actual de conservar los rasgos tauromáquicos más genuinos como
valuarte de salvaguarda del futuro de la fiesta ocultando el peligro del toro
manipulando sus defensas, en aras de proteger la sensibilidad del espectador y
la integridad del caballo, es prescindir de lo esencial, denotando un absoluto
desconocimiento de los patrones por los que se rige la propia naturaleza de la fiesta
de los toros.
La
diferencia entre el acto vulgar y el extraordinario, viene delimitado por la
misma dificultad de ejecución de la acción. En la confrontación que supone la
lidia, no caben las medianías, de ahí el que únicamente ante un toro íntegro, tenga
justificación y valor el dominio que sobre él ejerza el caballista, sin
desestimar otros factores para que la lidia conserve todo su auténtico
carácter.
El
cortar las puntas a los toros para rejones, sirve para disminuir el riesgo y
buscar mayor facilidad y lucimiento en el ejercicio profesional. Uno de los
rejoneadores más auténticos de todos los tiempos “Cañero” (1885-1952) lidiaba
sus toros en puntas. Consideraba que el rejoneador debía evitar con destreza y
pericia que el toro cogiera al caballo sin restarle peligro con el afeitado.
Otro rejoneador Gregorio Moreno Pidal también rejoneó toros en puntas durante
varios años en plazas importantes. En la actualidad el único rejoneador que se
ha anunciado con toros en puntas es Sergio Vegas, que pese al percance del año
2011 esperemos prosiga en su intención.
La
práctica tradicional del toreo ecuestre acabó convirtiéndose en una fiesta llena
de colorido, cuyo carácter de espectáculo esta fuera de toda duda, y en la que
la actitud transigente adoptada por un amplio sector de público, ha desvirtuado
su sentido original. En los tiempos que corren no podemos permitir esta desvirtuación
de lo auténtico, en favor de lo sucedáneo y que el toreo a caballo no sea
considerado como arte menor, alejándose de la emoción que todo toreo debe
promover.
Entiendo
que el toreo de hoy no es el de antaño. Actualmente se lleva al caballo de
frente y en el sentido direccional del toro, en terrenos más comprometidos,
toreando más ajustado, y esto entraña más riesgos con un toro en puntas. Pero
esa mayor perfección en el toreo a caballo lo ha permitido también el menor
riesgo teórico que tienen los toros despuntados. En contraposición habría más
riesgo, y mucha más emoción, es cierto que nadie quiere ver ningún caballo
herido en el coso, pero el rejoneo con toros despuntados es un espectáculo que
carece de las cualidades esenciales o las ha perdido en gran parte, resultando
insulso.
MENOS CIRCO Y MÁS ESENCIA
El
torear toros en puntas en definitiva demostraría efectivamente las cualidades
de caballo y caballero y aportaría una indudable carga de seriedad y emoción al
espectáculo, siendo positivo para la fiesta en general.
El
tributo pagado por no atender a este primordial principio ha convertido al
espectáculo actual del toreo a caballo en mero trance estético trivial, no
carente de riesgo porque igualmente existe. Porqué si los toros son peligrosos
aún estando despuntados, por qué no dejarlos en puntas que es su estado natural.
A
pesar de lo indicado, no ha de extrañar en absoluto, que estemos asistiendo a
una distorsión intencionada del espectáculo del toreo a caballo, a base de
inculcar que la disminución del riesgo a favor de lo artístico. La serie de
descabaladas ideas que uno oye a lo largo de su vida de aficionado, junto con
la constante amenaza de los antitaurinos, es la principal razón para apostar por
un espectáculo íntegro, que aporte la necesaria renovación que tanta falta nos
hace.
El
toro no debe bajo ningún concepto manipularse ni degradarse, no justifica
afeitarlo para proteger al caballo de un accidente, es una cuestión de
principios, un principio fundamental no puede ser aniquilado por otro principio
de rango inferior. Por
esta misma razón podríamos justificar el afeitado para las corridas de a pie
amparándonos en la necesidad legítima de proteger la integridad del ser humano.
En
este artículo he querido dejar expuestas mis razones para defender la
integridad del espectáculo del toreo a caballo, y me contentaría tan solo, para
que sirvieran para hacernos reflexionar sobre el asunto, por lo menos para
salvaguardar el futuro de la fiesta y empezar a valorar en serio del rejoneo
cuando se respete al toro.
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