La moda de cebar a los toros
en fincas de cebadero, es sin duda otro rasgo maléfico del sistema de criar
toros como si fueran cerdos –con perdón-. Antes el toro era el señor de la
dehesa, muchas hanegadas de tierra a su disposición, espacios abiertos de monte
accidentado o plano donde corretear, árboles y peñas en que rascarse, hierba
con que alimentarse, tierra con que frotarse y tirarse a los lomos, tapias en
las que buscar abrigo, monte bajo para esconderse del sol o preparar
emboscadas, umbrías para el verano y solaneras en las que tomar el Sol en
invierno. Lugares recónditos donde encontrar intimidad y refugio, compañía de
otros animales salvajes, que cuando el toro ni comía ni dormía, sencillamente
se paseaba, en definitiva vida pura al aire libre. Todo esto y más, es lo que
hacen o hacían los toros cuando vivían en libertad en el campo. Ahora la moda
absurda de las fincas de cebadero, finca pequeña por lo general, acotada de
tapias y llena hasta el colmo de boñigas frescas desata la ira de los toros.
Entiendo que ahora el toro
tiene que venir muy preparado y es necesario ayudarle con piensos, pero eso si,
debe ser racional, la alimentación a base de piensos compuestos artificiales,
son muy buenos para las gallinas y los gorrinos, en los que tantos kilos de
pienso equivalen a tantas docenas de huevos o tantos kilos de magro. Pero el
toro bravo, es otra cosa señores, este tiene que desarrollar todo su potencial
genético, podrá se bravo o manso, bonito o feo, pero lo importante, es que
pueda desarrollar su bravura, y para ello necesita de espacios amplios y
abiertos.
Antes la naturaleza, por el
libre juego de las fuerza naturales, ponía al toro en su punto ideal, de hecho
los toros criados en estado natural debían buscarse su sustento y competir por
él. Frente al toro antiguo que comía hierba, pienso natural y pasaba sus
penurias y crecía lentamente, ahora tenemos a los toros a mesa y mantel bien
cebaditos desde chicos, que comen pienso compuesto, que viven al lado del
pesebre como si fueran animales de engorde ¡Qué asco!.
El toro necesita tener poca
grasa y mucho músculo, y por tanto, no debemos confundir la cría tradicional
del toro, con el cebamiento del cochino, luego encima nos quejamos de que los
toros valen mucho dinero y que no embisten, que se ahogan o mueren al salir a
la calle o a la plaza, que no pueden respirar, en definitiva que no andan. Pero
¡caramba!, es que no valen un pepino. Me podrán decir que hay toros criados al
estilo tradicional y en grandes fincas que tampoco andan, es cierto, pero esto
es por falta de raza, que es otro tema de estudio aparte.
Los toros a base de comer
bien y pasearse por el campo, enrecian, es decir se hacen hombres. La vida
plena en el campo y en contacto íntimo con la naturaleza, además aporta
tosquedad y reciedumbre en el toro bravo, aspectos ambos positivos. En el campo
saltan zanjas, arroyos, corren, sestean y retozan, no descubro nada nuevo.
Permitirme un ejemplo, pregunten a sus abuelos y abuelas, si sabía igual el
pollo y las gallinas de corral, que el “broiler” de granja actual, o comparen
el cerdo ibérico puro criado en el campo y su jamón de bellota curado de forma
natural, con el actual de granja y curado en secaderos artificiales. O el
conejo de monte, que no solo es más listo, ágil y más fuerte que el de granja,
sino que podrá gustar o no sabe distinto al paladar. Pienso que a los toros les
pasa lo mismo; ¿por qué aceptamos esto?, y encima cuestan un dineral.
La influencia del hábitat en
el toro bravo merece un estudio pormenorizado, el vivir en libertad o el tener
que hacerlo recluido en un corral influye mucho en su comportamiento final. Se
me viene a la mente un acontecimiento ocurrido en una finca ganadera, las vacas
bravas que están a punto de parir, como sabréis buscan el sitio más
resguardado, tranquilo y escondido, esto no es casualidad, tiene su sentido,
tratan de proteger y esconder a su cría aún indefensa, mientras ellas salen a
buscarse su sustento. Comentaba un ganadero que tenía unas vacas a punto de
parir, encerradas temporalmente en un corral, pero acostumbradas a vivir en
libertad, observaba, que cuando ya estaban a punto de parir, éstas prolongaban
voluntariamente el parto esperando a que el vaquero les abriera la puerta del
corral que daba a la libertad del campo. Campo, que nosotros le negamos
encerrándolas entre cuatro paredes, esto explica que puestos a elegir las vacas
prefieren el hábitat natural, que es el campo y que por sus muchos rincones,
cobijos y recónditos lugares, las vacas buscan entre mata y mata, el lugar
apropiado para dar a luz y que en un corral pequeño, por bonito y cómodo que
sea para nosotros, no es el lugar que ellas escogen de forma natural. Lo mismo
le ocurre al toro, cuando está en la dehesa en libertad, desarrolla
adecuadamente su instinto de bravura y en la finca de cebadero lo pierde. No
estoy diciendo que la crianza en fincas de cebadero amanse al toro, sino que lo
que hace, caso de que la tenga, es menoscabar su bravura, es decir limita la
manifestación correcta de la bravura.
En la dehesa las estaciones
son estaciones, así en primavera y otoño carean la finca y se dan un buen
verde, pasan calor en verano y frío en invierno, comen alcaceles y se crían con
lentitud a base de hierba y pienso natural, como la buena cocina, que se hace a
fuego lento. La belleza del campo bravo es inmensa, abundan la hierba, dónde
los toros retozan, y entre el pasto y los toros, se entabla una lucha titánica
de supervivencia, el toro para comérsela y la hierba rebrotando para no ser
devorada. De esta manera los montes que están sometidos al diente del toro se
conservan limpios y se previenen los tan temidos incendios. Deambulan junto a
fresnos, quejigos, encinas, alcornoques, robles, saceras, bardagueras,
pipirigallo, zarzas, jaras, etc., donde las patas del toro se traban, entre un
colchón de hierba, donde los toros se rozan con las ramas de los árboles y
aprenden a abrirse camino, dónde aparecen las flores en primavera y hojas
caídas en otoño. En definitiva la inmensa belleza de la naturaleza se recrea
con el toro, da igual la constitución geológica de la finca, sea alta o baja,
llana o abrupta, tierra fuerte o blanda, pedregosa o de arena, húmeda o seca,
caliente o fría. Hoy por desgracia, con las prisas está de moda la “olla
exprés” es decir se prepara al toro rápidamente y esto es antinatural y se
puede decir en voz alta, que la amplitud del campo con sus pastos naturales,
siempre será mejor para el toro que no el malvivir cautivo en un corral de cebadero.
El toro debe criarse como el
príncipe de la dehesa y no como un prisionero encerrado entre las frías y
agrias paredes de unos tétricos corrales.