El Club Taurino de Nules (Castellón) una vez más –aunque
cambiado sus habituales fechas primaverales por las otoñales- celebró una interesante
semana taurina con la programación de diversos eventos relacionados con la
cultura del toro. Debates, encuentros, exposiciones… maridaron unos días de
reflexión y homenaje -que también lo hubo- para el triunfador de la Magdalena
2014 y que, casualmente, hacía pocos días que había hecho de nuevo méritos al
indultar el primer novillo en 250 años de historia de la zaragozana plaza de la
Misericordia: Jonathan Varea. Una de estas jornadas se centró en la escuela
taurina de Castellón y su nueva sección de escuela de recortadores, una
iniciativa insólita en el panorama español y que si en algún sitio tenía que
hacerse hueco, éste debía ser la provincia donde se celebran más festejos
taurinos populares de toda España. Por otra parte, no por insólita, la iniciativa
es baladí; muy al contrario, tiene cierto sentido tanto por el contexto
ambiental que la promociona –ambiental en sentido antropológico- como por la
personalidad de quién la promueve.
Tras ambas escuelas está José Pons, diputado de turismo de interior,
pero también cabeza visible en Castellón sobre política taurina. Dice el de
Vilafamés que no quiere colgarse medallas, pero obviamente los triunfos en la
gestión de la escuela de la Plana el último trienio son mérito suyo. Nadie duda
que hoy, dentro de lo controvertidas que son las escuelas taurinas en muchos
aspectos (homogeneización del toreo, carencia de duende en los chavales,
normalización de los defectos del toreo moderno…) a la vez se han convertido en
imprescindibles por lo que a la práctica se refiere. La falta de capeas
tradicionales unas veces, y las normativas constrictoras otras, han hecho
imposible la práctica íntegra del toreo para los bisoños. Así pues, que en el
yermo panorama festivo castellonense, una personalidad política apueste por la
escuela y vaya trabajándose ayuntamiento a ayuntamiento para que promocionen
novilladas sin picadores para los alumnos, es toda una medalla. Que los más
aventajados de Castellón hayan podido gracias a ello torear esta temporada
alrededor de 40 o 45 erales por barba, es un medallón. Y por cierto, le quitaré
en algo la razón al amigo Pons, es mérito suyo, no de su partido; otros del
mismo color por igual puesto pasaron y ninguna huella allí dejaron.
Otra cuestión es la idoneidad o no de una escuela de
recortadores porque, obviamente, ésta no cumple las premisas que dieron origen
a la primogénita. Y encima puede copiar todos sus males.
Cuando un chaval se acerca a una escuela taurina ordinaria
no solo se acerca a una afición, lo hace también a una vía laboral para el
mañana. La escuela, como por definición, educa, pero también –y a veces sobre
todo- forma profesionalmente. Que los jóvenes encuentren un espacio para
conocer a fondo los festejos populares es indudablemente un buen camino; que
los conozcan y los traten, que los estudien y los entiendan, que los respeten y
los hagan respectar. Ahora bien, que los jóvenes encuentren un espacio –una
escuela- para aprender una práctica que no pueden practicar en unas ocasiones,
y que a su vez no les asegure un futuro en otras… eso ya es más cuestionable.
En primer lugar cae en la ilógica por culpa del entramado
administrativo que circunda els bous al carrer; un cinturón que aprieta y
ahoga, que perjudica y pocas veces beneficia. Una escuela así, resulta que forma
a recortadores que no pueden recortar, por cuanto hasta que no cumplen los 16
años no pueden ponerse ni delante de una inofensiva becerra. El reglamento lo
prohíbe. ¿Qué dirían esos mismos políticos reglamentistas si se prohibieran las
prácticas en las escuelas profesionales liberales?.
¡Ah!, y… ¡válganos si somos nosotros mismos los que
empecemos a preguntarnos si esto de la edad es importante!. ¿Quién cuestiona
que un aficionado al fútbol se forja dando patadas a un balón casi saliendo de
la misma cuna?.
Y en segundo lugar porque la profesionalización de los
festejos populares está aún lejos; lejos queda para poder vivir de ello. Por
cierto, espero que no llegando nunca. Si por algo se define el festejo popular
taurino precisamente es por la importancia de este aliciente; el festejo es del
pueblo, no del profesional. La fama toreadora de los pedroromeros, pepehillos y
paquiros llegó cuando estos se salieron del pueblo y se convirtieron en élite.
Así, al igual que el resto de las artes, se institucionalizó la tauromaquia;
unos son los protagonistas, otros meros espectadores.
Para finalizar, y enlazando con algo lanzado unas líneas más
arriba, última cuestión: ¿la consolidación de una escuela de recortadores
supondría, como en el resto de escuelas, la homogeneización, la desaparición
masiva del duende y la extensión de los defectos del recorte moderno?.
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