Podría utilizar otro título;
“Veinte tantos años no es nada”, “Buscando en el baúl de los recuerdos”, “El último
banderillero”, “Llanto por la muerte de
un torero”. Pero los que tuvimos la ocasión de ver por la televisión pública,
cuando todavía era la “televisión de todos” y emitía espectáculos taurinos. Lo
ocurrido en aquel tercio de banderillas, esta ahí… “En un rincón del alma”.
Era
el día 1 de Mayo de 1992. Aquel día como todos los que toreaba, Manolo se
levantó pronto y se arregló para asistir al sorteo de los toros que serían
lidiados aquella tarde. En la gente de las cuadrillas, tanto banderilleros como
picadores, estaba el presentimiento de que iba a pasar algo. Es que ese día era
el elegido por los picadores, para protestar por el nuevo Reglamento Taurino,
que reducía el peso del peto de los caballos de picar. Por eso cuando se supo
de la muerte de Montoliu, algunos de los picadores allí reunidos, mantenían la
opinión de que la cogida y su triste final, era debido al nuevo peto que no
permitía picar bien al toro. Pero otros como Pedro Luís Revilla y Luís Miguel Villalpando se abrazaban
llorando. Y Alfonso Barroso, quien había picado al toro, lloraba en un rincón
de la plaza la muerte de su compañero.
Después
del reconocimiento de las reses y formar los lotes, se procedió al sorteo.
Manolo sacó la bola de papel y miró los números de los toros que correspondían
a su matador, José María Manzanares. Uno de ellos era el número 27, Cubatisto,
negro, de 596 kg .,
de la ganadería de Atanasio Fernández. Los allí presentes no podían imaginar,
que el pitón izquierdo, de esa cornamenta vuelta y no muy grande, sería un arma
mortal. “Ha muerto tiene el corazón partido en dos. No se puede hacer nada”.
Así lo describía Jesús Loscertales en la puerta de la enfermería. No formaba
parte del equipo médico de La Real Maestraza de Caballería de Sevilla, era
catedrático de cirugía. Que presintiendo lo peor, quiso ofrecer su ayuda al Dr.
Ramón Vila. Que empezó la lectura del parte médico con estas palabras:
“Desgraciadamente Montoliu ha muerto”. En ese parte se describían, los
destrozos que el pitón izquierdo de Cubatisto había producido en el corazón de
Manolo Montoliu y de muchos aficionados, ya “que era como de la familia aunque
no lo conocíamos”, que diría Antonio Lorca.
Después
de comer y terminada la tertulia sobre las formas, trapío y hechuras, con sus
compañeros de cuadrilla, de las reses del día. Ya en la habitación del hotel y
preparando las prendas y el vestido Verde Oliva y Azabache. Por la mente de
Manolo, pasarían los recuerdos de sus inicios. Esos 7 años como novillero con
27 festejos y ningún triunfo de renombre. La oferta que le propuso un chaval
que empezaba y despuntaba, para ir en su cuadrilla, la aceptó y estuvo con él
cuatro años, ese chaval era Vicente Ruiz “El Soro”. Que tras su muerte diría de
Manolo: “Por su bondad increíble; por su personalidad; por sus condiciones
extraordinarias; por su capote mágico; por sus hijos merecedores de su
apellido, por su valenciania; por que dejo huella.” También otro torero que lo
tuvo en su cuadrilla, Rafael de la Viña decía de él: “el más grande torero de
plata del último siglo.”
Ahora,
en el patio de cuadrillas enfundado en su vestido de torear Verde Oliva y Azabache. Esperando a que suene el
cerrojazo, que indica el comienzo del festejo, cosa particular de la Plaza de
Toros de La Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Aunque él no sabía las
intenciones del primero de la tarde. Es un momento de nervios, concentración y
pensamientos. No tan fuertes como aquel día 2 de Marzo de 1986, cuando en la
Plaza de Toros de Castellón el diestro Julio Robles, en presencia de Juan
Antonio Ruiz “Espartaco”, le cedió la muerte del toro Correcostas, negro zaino,
número 57, de 471 Kg .
y de la ganadería de Socorro González Sánchez Dalp. Sería el mismo Julio
Robles, postrado en una silla de ruedas por un toro, quien expresaría al
conocer la noticia de la muerte de Manolo, que dentro de lo malo, él puede
contarlo (no son palabras textuales). Posiblemente también pensaría en sus
hijos, José Manuel de 14 años. Hoy banderillero que todavía pasea el alma de su
padre por los ruedos, que unidos al gran parecido físico, técnico y personal a
su padre, muchas veces nos hace pensar, que lo que estoy narrando es un sueño.
Y Antonio de 10 años, hoy picador. Oficio que tenía su abuelo, quien abrazado
al cuerpo sin vida de su hijo y entre lágrimas decía: “Esto es el toro”.
Ya
está el toro en el ruedo. Sus condiciones: blandea mucho de remos, no dan opción
de lucimiento a su matador José María Manzanares. En el tercio de picar, pese a
ser blandón, derriba dos veces el caballo que monta Alfonso Barroso. Después de
ser picado el toro queda reservón y desarrollando sentido. Manolo con las
banderillas en la mano, plantea la suerte por el pitón derecho, era el que más
le gustaba y con esa verdad que siempre empleaba. Llegó a clavar los palos,
pero el toro no se había movido y aguantó para arrancar cuando tuvo la certeza
de prender en el pecho de Manolo Montoliu. Tenía 38 años.